DEFINICION
Se considera
obesidad a un exceso de peso corporal, a expensas fundamentalmente de la masa
grasa, situación que altera la salud del individuo y lo pone en riesgo de
desarrollar una enfermedad crónica. Clínicamente, un niño se considera obeso
cuando su peso supera en más de un 20% el peso medio ideal para su edad, talla
y sexo. Para mayor certeza diagnóstica, esto debería ser complementado con
algún índice que permita estimar grasa corporal, como por ejemplo, la medición
de pliegue tricipital.
El peso para la
edad, en forma aislada, no es un buen indicador porque pueden ser catalogados
como obesos niños con talla por encima de la media o niños con mayor desarrollo
muscular y cantidad normal de tejido graso, o a la inversa, ser considerados
normales niños de baja estatura con escasa masa magra y exceso de grasa
corporal.
De acuerdo a los
criterios actualmente en uso, para la evaluación del estado nutricional en el
lactante y en el niño menor de 6 años, se considera obeso a aquél cuyo peso
para la talla se ubica por sobre 2 DS en los gráficos de referencia del NCHS
para el sexo correspondiente, y sobrepeso o en riesgo de obesidad cuando este
indicador se ubica entre +1 y +2 DS.
Para los niños
mayores de 10 años o que han iniciado desarrollo puberal, la OMS recomienda el
uso del índice de masa corporal (IMC), que se calcula dividiendo el peso actual
por la talla al cuadrado. Los criterios sugeridos para definir obesidad son:
IMC mayor al percentil 95 o bien, IMC mayor al percentil 85, asociado a
medición de pliegues tricipital y subescapular superior a percentil 90 de los
valores de referencia del NCHS. Ha habido distintas sugerencias en relación a
las tablas de referencia recomendadas para IMC (Must, tablas locales, curvas
elaboradas por grupo internacional de obesidad), pero aún persiste controversia
al respecto, ya que algunas de ellas favorecerían un subdiagnóstico.
En el grupo de 6 a
10 años pueden usarse ambos criterios, esto es, IPT o IMC.
La edad de
comienzo y la severidad del cuadro son las determinantes más importantes en la
historia natural de la obesidad infantil. La probabilidad de mejoría espontánea
es inversamente proporcional a la magnitud de la obesidad.
FACTORES ETIOLOGICOS
En el origen de la
obesidad participan el aumento de la ingestión de calorías, la disminución del
gasto energético y factores genéticos.
La obesidad se
produce por una alteración en el balance energético, en el cual la ingestión de
energía en los alimentos excede el consumo energético por parte del organismo
y, por lo tanto, el exceso se almacena como triglicéridos en el tejido adiposo.
Los períodos más sensibles o de mayor riesgo para que esto ocurra son el primer
año de vida y la pubertad debido a que, por cambios en la composición corporal,
la masa grasa tiene un incremento más acelerado en estas etapas.
Los factores
ambientales que contribuyen al desarrollo de obesidad son múltiples, siendo los
más destacados la sobrealimentación y el sedentarismo.
La sobrealimentación
desde épocas tempranas de la vida debido al reemplazo de la lactancia materna
por la lactancia artificial, a la introducción precoz de la alimentación
complementaria y al aporte de alimentos en cantidad superior a la necesaria, se
ha correlacionado con aparición posterior de obesidad; sin embargo esto parece
estar más relacionado a un aporte calórico excesivo que a la práctica
alimentaria en si misma. El cambio observado en las últimas décadas en los
hábitos de comer, con la introducción de alimentos que aportan muchas calorías,
especialmente en base a grasas y azúcares refinados, favorece un consumo de
nutrientes superior a los requerimientos promedio y contribuye al desarrollo de
sobrepeso y obesidad desde la niñez.
La menor actividad
física, producto de las condiciones de vida moderna, el reemplazo de las
actividades recreativas al aire libre por visitas a centros comerciales y el
uso masivo de la televisión y el computador como pasatiempos han contribuido a
fomentar un estilo de vida cada vez más sedentario.
Dado que la
familia cumple un rol preponderante en relación al desarrollo de hábitos
alimentarios y al establecimiento de patrones de actividad física que pueden
favorecer o desalentar la obesidad, la intervención a este nivel debería ser
usada como herramienta preventiva.
Con respecto a la
influencia genética, se sabe que los hijos de padres obesos tienen mayor
probabilidad de ser obesos, especialmente si ambos padres lo son, y también
existe una alta correlación de obesidad en gemelos univitelinos criados en una
misma familia o por separado, como lo han demostrado diversos estudios. El
mecanismo de acción aún no está claro, pero existen algunas evidencias que
sugieren una mayor eficiencia en el aprovechamiento de la energía.
En menos del 5% de
los casos la obesidad es secundaria a enfermedades endocrinas o genéticas
específicas.
En los últimos
años, la investigación se ha orientado hacia la búsqueda de sustancias
producidas en el organismo, como expresión de un gen, que participen en la regulación
de la ingesta alimentaria o que modifiquen el gasto energético. Entre ellos
están la leptina, algunos neuropéptidos, proteínas "desacoplantes" y
otros, cuya acción en seres humanos no ha sido bien definida. Existiría un
mecanismo de regulación mediado por la leptina, para frenar los depósitos de
grasa cuando éstos se expanden, pero su acción no es inmediata y su eficiencia
es limitada.
EVALUACION DEL NIÑO OBESO
Al evaluar al niño
es necesario efectuar una anamnesis detallada que incluya antecedentes
personales como: edad de inicio del sobrepeso, magnitud y progresión de éste,
posibles factores o situaciones desencadenantes, encuesta alimentaria,
descripción de hábitos del paciente y su familia en relación a la alimentación
y actividad física, presencia de otros síntomas o manifestaciones clínicas
asociadas.
Es importante
hacer una adecuada evaluación dietética, consignando los hábitos alimentarios
del niño, para identificar aquellas conductas que puedan llevar a una ingesta
calórica excesiva y permitan focalizar la acción. Esto puede complementarse con
un recordatorio de 24 horas o evaluando tendencias de consumo.
También es
necesario evaluar la actividad física realizada por el paciente, a fin de
descubrir las oportunidades para incrementar gasto energético.
Entre los
antecedentes familiares, es importante averiguar por presencia de obesidad en
otros miembros de la familia, existencia de enfermedades crónicas no
transmisibles (diabetes mellitus, hipertensión, dislipidemia, enfermedades
cardiovasculares), situación familiar, personas con las que vive el niño,
persona responsable de su cuidado y percepción de la familia respecto al estado
nutricional del niño.
En el examen
físico es fundamental la antropometría, la que debe considerar peso y talla
para poder calcular IPT o IMC según la edad del niño. Es importante estimar
panículo adiposo y su distribución, en lo posible con medición de pliegues
cutáneos y además se deben consignar presión arterial, desarrollo puberal, presencia
de estrías, presencia de acantosis nigricans, hirsutismo, alteraciones
ortopédicas, hepatomegalia y presencia de otros signos sugerentes de patologías
asociadas o que permitan sospechar obesidad secundaria (talla baja, dismorfias,
retraso mental, hipogonadismo).
La evaluación
clínica debe complementarse con un estudio de lípidos plasmáticos,
transaminasas y otros índices, en caso de hepatomegalia, por la posibilidad de
hígado graso. En adolescentes con obesidad mórbida, o en niños mayores con antecedentes
familiares de diabetes mellitus tipo II y/o presencia de acantosis nigricans es
recomendable solicitar además una glicemia y una insulinemia basal. En general,
no es necesario efectuar exámenes adicionales a menos que exista sospecha de
patologías específicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario